En el momento de escribir estas líneas hace un rato que he llegado a casa, procedente del Razzmatazz. Seco, a pesar de la fina llovizna que ha caído en Barcelona; limpio, sin una gota de sudor; con la voz completa, sin ronquera; sin agujetas. Diríase que la generación britpop o common people también se está haciendo mayor.
Porque no es que Jarvis envejezca; su particular pacto con el diablo le permite conservar, además de mantener un alto nivel en cualquiera de los muchos proyectos en los que se ha embarcado últimamente, una enjuta figura que se mueve sobre las tablas como un animal escénico cuyo instinto le permite cautivar a la audiencia con gestos, miradas, pasión y entrega. Y sarcasmo. Toneladas. Sabe, como pocos en la escena musical, tensar los hilos adecuados para conducir al público a su terreno.
Claro, si ellos (nosotros) se (nos) dejan (dejamos).
En este recibimiento más bien calmado, que no frío, pesa que el repertorio, a excepción de una pieza grabada para otro artista, un tema nuevo y el cierre (versión del "Satellite of Love") se base exclusivamente en su debut en solitario Jarvis. Temas muy recientes y de un tono más intimista (aún) que en su etapa anterior.
Valga decir que el concierto, en sí, se aguanta muy bien con esta base. Aunque, inevitablemente, se hace muy corto (hora y cuarto de show, bises incluidos). Más de uno y más de dos esperaba, expectante, algún hit pulpero, y parece que Jarvis no está por la labor. Una actitud muy loable: presentarse desprovisto del recurso fácil, de un pasado que quiere dejar ahí, en el pasado, encarando su nueva etapa desde el principio. Arriesgada, sin duda, pero que dice mucho del carácter inquieto del artista. Creo que tardaremos mucho tiempo antes de que su capacidad de sorprendernos falle.
Hoy hemos podido ver un Jarvis muy relajado, sin desaprovechar ningún momento para entablar un diálogo con el público. Atrás queda el líder de un Pulp que, cinco años atrás, en la gira del We Love Life, parecía a punto de suspender el concierto tras arrojar una guitarra acústica al suelo porque la mezcla de sonido era espantosa. Entre canción y canción nos ha amenazado con tocar hasta las cuatro de la mañana (lástima que no se cumplió), ha hecho un experimento sociológico al comprobar que una canción con el título más estúpido posible ("Tonite") es capaz de emocionar, ha devuelto al público una pieza de ropa interior (no sé si calzoncillos o braga-faja). Reía, juguetón, con el público y con la banda, e incluso replicaba con ingenio ("Jarvis, Jarvis... Gracias; ya soy mayor y sé mi nombre, pero te agradezco que me lo recuerdes por si se me olvida").
Y, entre tanto, las canciones: en su mayor parte, medios tiempos que no alcanzan ritmos de baile, pero intensos vocal y musicalmente, divididas, mitad y mitad, en ese romanticismo decadente y entrañable al mismo tiempo, y la imagen sarcástica de una sociedad en la que las pasiones del individuo se quiebran ante el amor, el trabajo, etc.
Pero... no ha cantado "Common People". Ni creo que lo vaya a hacer. Ni, sinceramente, creo que haga falta.
Porque no es que Jarvis envejezca; su particular pacto con el diablo le permite conservar, además de mantener un alto nivel en cualquiera de los muchos proyectos en los que se ha embarcado últimamente, una enjuta figura que se mueve sobre las tablas como un animal escénico cuyo instinto le permite cautivar a la audiencia con gestos, miradas, pasión y entrega. Y sarcasmo. Toneladas. Sabe, como pocos en la escena musical, tensar los hilos adecuados para conducir al público a su terreno.
Claro, si ellos (nosotros) se (nos) dejan (dejamos).
En este recibimiento más bien calmado, que no frío, pesa que el repertorio, a excepción de una pieza grabada para otro artista, un tema nuevo y el cierre (versión del "Satellite of Love") se base exclusivamente en su debut en solitario Jarvis. Temas muy recientes y de un tono más intimista (aún) que en su etapa anterior.
Valga decir que el concierto, en sí, se aguanta muy bien con esta base. Aunque, inevitablemente, se hace muy corto (hora y cuarto de show, bises incluidos). Más de uno y más de dos esperaba, expectante, algún hit pulpero, y parece que Jarvis no está por la labor. Una actitud muy loable: presentarse desprovisto del recurso fácil, de un pasado que quiere dejar ahí, en el pasado, encarando su nueva etapa desde el principio. Arriesgada, sin duda, pero que dice mucho del carácter inquieto del artista. Creo que tardaremos mucho tiempo antes de que su capacidad de sorprendernos falle.
Hoy hemos podido ver un Jarvis muy relajado, sin desaprovechar ningún momento para entablar un diálogo con el público. Atrás queda el líder de un Pulp que, cinco años atrás, en la gira del We Love Life, parecía a punto de suspender el concierto tras arrojar una guitarra acústica al suelo porque la mezcla de sonido era espantosa. Entre canción y canción nos ha amenazado con tocar hasta las cuatro de la mañana (lástima que no se cumplió), ha hecho un experimento sociológico al comprobar que una canción con el título más estúpido posible ("Tonite") es capaz de emocionar, ha devuelto al público una pieza de ropa interior (no sé si calzoncillos o braga-faja). Reía, juguetón, con el público y con la banda, e incluso replicaba con ingenio ("Jarvis, Jarvis... Gracias; ya soy mayor y sé mi nombre, pero te agradezco que me lo recuerdes por si se me olvida").
Y, entre tanto, las canciones: en su mayor parte, medios tiempos que no alcanzan ritmos de baile, pero intensos vocal y musicalmente, divididas, mitad y mitad, en ese romanticismo decadente y entrañable al mismo tiempo, y la imagen sarcástica de una sociedad en la que las pasiones del individuo se quiebran ante el amor, el trabajo, etc.
Pero... no ha cantado "Common People". Ni creo que lo vaya a hacer. Ni, sinceramente, creo que haga falta.
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2 comentarios:
Tampoco cantó "Common People" en el concierto del Primavera Sound del 2002. Penita.
Jo, me hubiera encantado ir al concierto. :-)))
Abrazotes, y feliz Navidad. :-)))
Pues haberte venido :P
Quería haberlo comentado, pero Jarvis ha roto con el pasado, con un par (de güefs, se entiende), o sea, con valentía, evita la adoración de la gente por sus logros pasados y se echa a la carretera con el presente desnudo. Eso demuestra el espíritu de artista que lo habita.
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