sábado, abril 26, 2008

A modo de bienvenida

Caramba, en una semana bien apretada (boda, mesa de venta en Sant Jordi, curso de corrección, gimnasio) en la que no he parado por casa (ni por delante del ordenador) en un tiempo, ¡y la que me ha liado mi amigo!

Bueno, no exactamente: la confusión parte de que los dos compartimos nombre, algunos amigos comunes, andanzas varias (que algún día uno u otro desgranaremos, a buen seguro), aficiones y cierta querencia por juntar letras. Aunque le reconozco una voz propia muy marcada, con aristas, rabiosa. Reconozco que me da respeto abordar algunos de los temas que él, en algunos mecanoscritos y ficheros que me ha pasado, desarrolla sin recato. Así que busque refugio en un blog poco leído y que, ¡caramba!, me ha hecho ilusión compartir con él.

Por tanto, Álex (se ha dado a conocer como Álex(2); ya que él no ha tenido reparos en retratarme en mis penosas infancia y primera adolescencia -¡ya te vale!-, yo no voy a cortarme para decir que esta notación pseudocientífica de nuestros nombres me parece una soberana gilipollez) dispondrá de entradas para contar lo que le venga en gana, y yo seguiré con mis pequeñas pajas mentales.

¿Cómo identificar a cada cuál? Primero, por el estilo. Si eso no queda muy claro (al fin y al cabo, tanto hemos compartido y tanto nos hemos influido que, en ocasiones, creo leer en sus textos cosas que yo habría escrito, y él me ha confesado alguna vez que le ocurre lo mismo con algunos de mis cuentos), veréis que mi avatar en Blogger es Álex Vidal, y el suyo es Spaceface, nombre tomado de una canción de los Simple Minds (sí, también es seguidor de los escoceses) y que le sugerí que usase cuando se dio de alta en foros como el de Cyberdark, al que me invitó a unirme. No le hice caso: no me parecía ético intervenir en un foro donde se valoran productos en cuya aparición estoy involucrado profesionalmente.

Así que, Spaceface, bienvenido a esta tu nueva casa. Y no me líes a mis lectores :P

viernes, abril 18, 2008

A modo de presentación

Hola, me llamo Álex...
«Vaya —pensaréis algunos— ¿qué se habrá tomado este que se vuelve a presentar?»
El truco es que me llamo Álex... pero no soy el mismo Álex.
Álex (vamos a llamarlo Álex(1) para distinguirnos de mí, Álex(2)) nos conocemos desde hace muuucho tiempo; más o menos desde que empezamos los dos el instituto. Lo tenía visto del barrio, sí: un tipo menudete, achaparrado, encerrado en sí mismo. ¿Sabéis esa gente que camina siempre encorvada, con los hombros echados para adelante, como cerrándose en una especie de torreón que forman estos, los brazos metidos en los bolsillos y la cabeza acotada? Pues así era. No parecía alguien muy divertido. Alguna vez jugó a fútbol en el parque dels Pinetons con la pandilla que lo frecuentaba, gente que se ha ido dispersando y que, cuando se cruzan por la calle hacen ver que ya no se conocen. Algo que me da mucha rabia. En fin, que me despisto (como ya os iréis dando cuenta).
Pues como decía: aquel chaval no parecía alguien muy divertido. Bueno, sí: de tan bueno que era, era tonto. Rehuía las peleas (y los chavales, entonces, cuando no estaban a la vista de los padres, podían llegar a ser muy crueles), pero alguna vez lo vi defendiendo a amigos que después lo apuñalaban. Me daba pena, sinceramente. Pero cuando coincidimos, ya en primero de BUP, pareció cambiar algo. Abrirse a la gente, animarse, relacionarse, confiarse, hacerse con un grupo majo de amigos. No diré eclosionar, pero quizá sea la palabra más adecuada para el cambio que (me pareció que) observé en él.
Nos hicimos buenos amigos. Y, en aquella época de enamoriscamientos, nos confiamos secretos, anhelos e ilusiones.
Álex(1) no tuvo mucha suerte con las muchachas. Y el caso es que no les desagradaba, pero él no se lo creía. Otra vez el mismo problema: de tan bueno, las chicas confiaban en él como a un amigo íntimo, pero nada más. Y en COU se quedó colado hasta los huesos de una compañera de curso, tan buena como él, y se dio de bruces con ese problema. Le faltaba la chispa, la intención, o un punto canalla. Yo no tenía tantos problemas; tampoco era un donjuán, pero no sufría de los complejos de Álex(1), complicados por esa educación católica restrictiva en que el ardor juvenil se considera más cochino de la cola de un cerdo, por su timidez, por su inseguridad... Ah, a veces me exasperaba. Intentaba de todas las maneras posibles aconsejarlo, motivarlo; le contaba historias (en ocasiones inventadas, de acuerdo, pero ¿no están todas las historias ya contadas? Pues seguro que no mentía en ninguna de ellas); le recomendaba libros (ambos compartimos esa afición por la lectura y por la escritura; ninguno de los dos hemos llegado muy lejos, por eso...).
Sin embargo, salió de ese bache. Y de un segundo. Y aquí lo veis, felizmente casado con una muchacha preciosa, maravillosa, una persona generosa, cariñosa...
Y yo me encuentro metido en un auténtico lodazal.
La historia viene de lejos. De hecho, arranca cuando nos conocimos. No es una situación desesperada pero, abusando de su confianza (y mira que hacía tiempo que no hablábamos), estos meses le he ido desgranando cómo mi relación (mejor dicho: mis relaciones) se me han enredado de tal manera que mi vida parece casi casi de novela.
Y necesitaba escribirlo en alguna parte, y Álex(1) me propuso:
—Oye, ¿por qué no colaboras en mi blog? Antes, cuando éramos jóvenes, nos atrevíamos con cualquier cosa.
Yo creo que no lo he meditado lo suficiente. Hay gente que me conoce, y que conoce a Álex(1): yo podría vérmelas con ellos, pero Álex(1) ha insistido tanto que no he tenido más remedio que plegarme a ello.
Aunque, cuando lea esta presentación, igual echa pestes de mí. Y es que sigue siendo ese chaval inocente de hace veintitantos años.
En fin, a ver qué sale de todo esto.
Me llamo Álex(2). Encantado de conoceros.