viernes, mayo 23, 2008

Tres minutos de música y referencias friquis

Apenas a unas horas vista del tercer Día del Orgullo Friki, me ha llegado un aviso del sitio oficial de Weezer (grupo que sigo desde su Blue Album, y cuyo Red Album -sí, son así de originales, los chicos- está al caer), avisando de que el grupo acaba de colgar en YouTube el videoclip del primer single: "Pork and Beans".



Toda una delicia friqui, geek, nerd y cualquier adjetivo "rarito" que se os ocurra.

Feliz Día del Orgullo Friki. Que la Fuerza os acompañe.

(Espero que, de una vez, me pueda sacar esa espinita clavada y pueda por fin ver a los californianos de "Buddy Holly" en directo.)

miércoles, mayo 21, 2008

Estulticia

Y pongo este título para:

1) suavizar lo que realmente pienso;
2) para identificar a los sujetos del colectivo en cuestión, que van a tener que buscar la definición. Del título y de algunos términos más...

La cuestión es que, como a muchos otros, los personajes malotes me seducen: House, Shark, Barney, Risto... Sí, soy de ese tanto elevado por ciento de la población al que OT le repatea las gónadas pero, ¡ey!, que conecta con la cadena amiga sólo para ver como el esade porfía con los concursantes. El destino de estos me la trae bastante al pairo.

Si no conocéis la mecánica del concurso, pues mira, tampoco hace falta y no os voy a hacer perder el tiempo más de lo que hacéis leyendo esto. Concretando: ayer expulsaron a una chica a la que el público, por otra parte, ha demostrado durante galas y galas una execrable falta de respeto. Es este, por cierto, otra consecuencia del aspecto que os quiero ilustrar, que se recoge en el vídeo siguiente (un pretendido "divertimento" recopilando alguna de las joyas de la joven susodicha) entre los minutos 4:30 y 4:50 (os recomiendo ahorraros el resto). Helo aquí:



De la docena de concursantes, tres (a bote pronto, en una estadística grosera, un 25% de la población) que se vanagloria de no haber leído nunca un libro. Y aquí se supone que se forjan los "ídolos" de una generación determinada, comprendida en el target de los productos de Vale Music.

No leen nunca un libro. ¿Y pretenden ir de rositas por la vida? No es de extrañar que la dicción del inglés sea, las menos veces, horripilante, cuando no patética; que la impostura de unas cáscaras vacías impere en conversaciones insustanciales; que se caiga en la indolencia, en la impertinencia, la imprecisión y la superficialidad. Y, de rebote, que la esencia artística quede deslavazada y desnaturalizada, pues un artista que no cultiva su talento (y se cultiva a través de la cultura) no tendrá nada que transmitir.

Ojiplático me quedé ayer. Y Risto, de esto, no dijo nada. Espero una buena reprimenda la semana que viene.

Editando: Pero para antología, la analogía de Risto entre la elección de "Smells Like Teen Spirit" para su perpetración por dos triunfitos y ciertos actos íntimos de otro tipo de ídolos. Minuto 0.30 del metraje:

domingo, mayo 18, 2008

Juego de tronos: el placer de la lectura

Que no me ponga a pontificar, me dice spaceface. Ya sabe que no es lo mío: yo soy más de razonar, de exponer argumentos, de no dar nunca frases lapidarias.


Juego de tronos es un libro in-dis-pen-sa-ble. Una obra maestra. Y si no lo es, es una obra maestra del entretenimiento más adictivo.

Ya, os diréis que qué credibilidad puedo tener, teniendo cierto interés en que la obra se venda como churros. No es interés: es la hipoteca; en serio ;)

Tonterías aparte, el jueves acabé por primera vez de leer el título antes mencionado. Sí, sí, como lo leéis: la primera vez que me lo leo; esto es: llevo el libro en la bolsa, lo saco en el trayecto del cercanías, en mis ratos libres tras la comida, en el sofá o en la cama, y lo leo secuencialmente, sin insertar correcciones, sin unificar nombres, sin preocuparme por líneas demasiado cortas, por criterios ortotipográficos, por un quítame de aquí esa línea viuda ni nada relacionado con la producción.

Lo bueno es que, aunque me sabía casi todo el texto (exceptuando algunos capítulos más densos, más descriptivos), la lectura ha sido todo un placer, de principio a fin. He vuelto a emocionarme como la primera vez con ciertos episodios...

... y dejad de leer a partir de aquí si sois de los más suspicaces a la hora de interpretar un dato genérico como un spoiler concreto...

..., como la boda de Daenerys (que me arreboló como si estuviese... bueno, eso), la coronación de Viserys (los vellos como escarpias, otra vez), la emboscada en el Desembarco del Rey, la visión de Arya en el Gran Septo de Baelor (aún creía que Martin no sería capaz de hacer lo que hizo con cierto personaje), la Declaración de Independencia, la batalla del Vado, el nacimiento... Tantos y tantos sucesos que, cada vez que mis ojos se posan en ellos, ya sea por pura lectura, ya por cuestiones de trabajo, me arrastran y me obligan a leerlos de nuevo, eso, eso quiere decir algo.

Si no lo habéis leído, os sugiero que lo comprobéis. Pocas veces un libro me ha gustado tanto como para no poner límites a su relectura.

lunes, mayo 12, 2008

Púlpitos, tarimas, taburetes, alzas

Estaba en uno de mis primeros empleos, relacionado con la programación a medida para grandes clientes (del sector financiero, principalmente, y en un lenguaje tan rígido como el COBOL; aunque tuve la suerte, dentro de un mundo tan hastiante, de trabajar en entorno Oracle), donde la actitud sumisa era casi tan importante como el rendimiento, si no más. De ahí que una de las últimas incorporaciones a la empresa en el tiempo que estuve allí, un consultor de base, con cuerpo labrado en gimnasios y canchas de balonmano, descaro para codearse con las altas esferas y habilidades peloteriles con el punto de mira en la directora de Recursos Humanos (a la sazón mujer del director general) se hiciese con la dirección de la delegación de Barcelona, superando a otros con méritos más que sobrados. Pero esta es otra historia.

O no. Porque esta anécdota tiene al mismo protagonista y nace de la misma raíz, aunque el escenario fuese diferente. Ocurrió durante una de esas cenas de empresa, cenas organizadas con la excusa de fraternización de los empleados, pero que en realidad es otra prueba más de la fidelidad exigida a los empleados; de esos actos a los que, si no asistes, sabes que tienes un pie en las filas del paro. Yo lo tuve, porque no soporto la hipocresía, pero al final mi otro pie emprendió el paso en otra dirección antes de que me largasen por antisocial (curiosamente, cuando me fui lo hice sintiendo el cariño de gran parte de mis compañeros; al jugador de balonmano, cuando lo despidieron, ni siquiera se acercaron a saludarlo).

Tras la cena fuimos a un local-caja de zapatos, lleno de humo, de gogós y de sobones con rondeles de sudor bajo las axilas de las camisas blancas, azul celeste o beige (no había mucha más variedad). Estaba furioso, acodado en la barra, lo suficientemente lejos para no escupirle en la cara, pero a una distancia cómoda para fijarme en su lenguaje corporal. En la oficina imponía su criterio blandiendo una ironía chabacana, una demagogia insultante, su proximidad a la jefa de personal (y el miedo atávico que ella fomentó en la empresa), un nada disimulado racismo y cuatro nociones básicas de neoliberalismo, fácilmente desmontables de no mediar todo lo anterior. Pero fuera del entorno laboral, esos recursos no eran suficientes para, además, pretender acaparar la atención de los antiguos compañeros a los que has despreciado de nueve a seis, más las horas extras, en días laborables, sábados de guardia y el festivo del efecto 2000.

Pero en la ESADE lo enseñaron bien, y si sabía aprovechar algún recurso, ese era el del lenguaje corporal. Así que reducía la distancia corporal, prodigaba sonrisas, abrazos fraternales y caiditas de ojos; y, congregando grupos o irrumpiendo en corrillos ya formados, conseguía imponerse por sus recursos retóricos y por aprovechar su altura, sus ojos y su boca siempre en un plano superior.

Pero, ¡alto! A pesar de su corpulencia, sabía, por las pruebas médicas a las que nos sometieron poco antes, que medía lo mismo que yo. ¿Cómo era que siempre me hablaba desde arriba? ¿Cómo era que, con tan escasa inteligencia, siempre, siempre se nos imponía, incluso cuando salíamos de fiesta? Nadie en la oficina lo soportaba y, sin embargo, y muy a nuestro pesar, no conseguíamos hacerle caer en un renuncio. Nunca. Pero no hay nada como la perspectiva de la barra del bar, con la cerveza aclarando las ideas y agudizando los sentidos.

Las gogós encabezaron un trenecito, en el que los asistentes a cenas de otras empresas se sumaron con premura y fruición, dejándome el campo de visión despejado. Él estaba de lado respecto, apoyado en una columna, y cruzó una pierna delante de la otra, descansando su peso en la pierna de detrás y en el codo opuesto. Aquel gesto hizo que se le alzase la pernera del pantalón.

La respuesta era obvia: calzaba alzas.

He de decir que he cometido una imprecisión: sí que hubo quien le ganó un pulso, pero de una manera tan poco elegante como subiéndose al taburete que tenía al lado. Y, si bien le hizo ver que su actitud respecto a los programadores de otras nacionalidades era despreciable, acabó dando con sus huesos en el pavimento del Port arrastrado por dos armarios mulatos de ceño fruncido y puños expeditivos.

Años más tarde, Álex me descubrió un foro de Internet que aglutinó a una buena cantidad de aficionados a géneros literarios populares (ciencia ficción, fantasía, terror, misterio, policíaco). Me registré con el nick spaceface y, durante unos meses, disfruté como un hobbit en una muestra de cocina intercambiando opiniones, lecturas, recomendaciones y pequeñas maldades en torno a una de mis mayores aficiones: la lectura. A partir de ahí me enrolé en otras listas de correos, foros y (en aquel entonces emergentes) cuadernos de bitácora de lectores, autores y críticos. La explosión de información era tal que, en aquellos primeros meses, acudía con avidez a las cada vez más numerosas fuentes, hasta que quedé ahíto.

Y, en ocasiones, más que harto.

Porque, al igual que el trepa de aquel empleo, y más allá de los habituales trolls que pululan por la red, más de uno usó aquellas plataformas para labrarse un nombre a costa de argumentos lapidarios. Y es que la ignorancia es atrevida. Pocas cosas me mosquean más que la opinión sesgada, la parte por el todo, la relativización de los argumentos. El tiempo de los argumentos parece que ha caducado, y dentro de la mediocridad imperante (sólo hay que ver a qué punto ha llegado la política en este país) el puñal puede a la pluma, y el tuerto es el rey en este Ensayo sobre la ceguera tan patrio y tan nuestro. Debe ser que la edad hace que esté para menos tonterías, pero ya hace tiempo que cribé esas fuentes y que visito sólo aquellos lugares en que sé que hay un sano debate, se exponen ideas originales o bien argumentadas, o me proporcionan una sana diversión, y huyo como de la peste de esos vehículos de vanidad en que se han convertido páginas y blogs, e incluso listas de correos, donde en más de una ocasión, a un argumento he recibido opiniones demagógicas cargadas de desprecio. Detesto los púlpitos, que no son más que una herramienta de imposición de criterios, pero este mar de tarimas que llega a ser Internet se me antoja un maremagno de taburetes en cenas de empresa con alto consumo etílico, faltos de claridad, de argumentos y de netetiqueta.

Álex me sugirió que podría abrirme un blog, pero no quiero. No quiero ni un púlpito, ni una tarima, ni un taburete; ni siquiera unas alzas. Odio que tomen lo que digo por una verdad absoluta. Ni siquiera todo lo anterior será cierto. Necesito decir cosas, y por eso Álex me cedió este espacio. Pero te digo, amigo, no caigas tú en ese error, en el que más de una vez y más de dos has metido el remo hasta el hombro. Te vigilo... ;)

sábado, mayo 10, 2008

De miradas al pasado

Inga... ¿De dónde has sacado ese nombre, space (que si te llamo Álex, aún la gente va a confundir nuestras identidades)? Qué bueno: después de otra semana más en la que ni he podido acercarme al blog, llega el sábado y me encuentro con esta historia ¡de hace casi veinte años! Donde, para colmo, encimas me aireas asuntos personales. Después me dices que no maduramos, pero macho, tú te has quedado férreamente anclado al pasado. ¿Y crees que de ahí puede salir algo bueno, algo productivo?

En fin, tampoco quiero meterte caña, y menos en público, que estas cosas son para comentar ante un par de cañitas, y así me cuentas de Inga (nombre figurado), a la que hace tiempo que tampoco veo. ¡Qué ilusión que también se acordase de mí!. Es curioso cómo, en una ciudad como la nuestra, hemos perdido el contacto con amigos y conocidos. Igual me he cruzado en la calle con algunos de nuestros amigos y, despistado como soy, ni me he dado cuenta. Es algo que casi me asusta: que los años me borren la memoria de esos amigos, y con quien me encuentre ya sea un completo desconocido. Veinte años desde la última vez que vi a Inga (nombre figurado)... y a la otra chica, la del enamoramiento paulatino y dos años de persistencia de la memoria (y cuyo nombre, ni real ni figurado, voy a dar: has de aprender a ser un poco más discreto en esto de la blogosfera, so jashondo). Casualmente me pasó lo mismo con ella que a ti con Inga (nombre figurado): compartimos pupitre, estudios, preocupaciones, el miedo por la Selectividad (que yo superé y a la que ella no llegó). ¡Qué patético que tuve que parecer, yéndola a ver al año siguiente en los cursos nocturnos de COU! Sí, esos que nuestro Govern quiere eliminar. Ya sabes: si eres pobre y necesitas trabajar, no tienes derecho a una educación. ¿Seremos más dóciles así? Supongo que sí.

Ya vuelvo a divagar. Por cierto, cuánto se parecían Inga (nombre figurado) y ella. Buenas personas, sencillas, cariñosas, discretas... y ambas con pareja. Pero tú contabas con un desparpajo y una valentía de la que yo carecía. Porque, seamos sinceros, ni tú ni yo éramos los más atractivos del pueblo.

No voy a desvelar nada, que veo que has dejado la historia inconclusa, aunque yo no la recuerdo exactamente como la cuentas. El músico, ¿era el novio de Inga o el de Marga? Space, o te guardaste algunos detalles todo este tiempo, o...

Otra cosa que me intriga: ¿me pediste colaborar en el blog para desgranar viejas memorias? No veo su relación con la necesidad que me indicaste (sí, ya, tampoco es un tema que se tenga que discutir en público; pero, como decía antes, soy un despistado, y seguro que cuando nos veamos se me olvida preguntártelo).

jueves, mayo 08, 2008

La vanidad no conoce pasado (1)

El domingo, durante la Festa Major de Cerdanyola, me crucé con Inga a la salida del 1916. Hacía casi veinte años que no sabía nada de ella. Volverla a ver me hizo mucha ilusión.
Inga, como podéis imaginar, es un nombre figurado. Entre tooodo lo que hablamos (con casi la misma familiaridad con que lo hicimos la última vez, hecho que me ilusionó cuando, habitualmente, los amigos de antaño esquivan la mirada o fingen no reconocerse) estaban Álex, su carrera, su matrimonio, sus proyectos y, entre ellos, mi colaboración en su blog. Ella se reconocerá inmediatamente; pero no es cuestión de desvelar su identidad en relación a algunos de los hechos sentimientos que compartimos entonces y que, en mi caso, parecen extender sus sombras hasta la actualidad.
Hace un poco más de diecinueve años, Inga y yo coincidimos en pupitres contiguos en COU. Nada en ella la hacía destacar a primera vista por encima de las demás: de mi misma mediana altura, espalda ancha, caderas anchas, para nada exuberante, pelo castaño rizado, ojos marrones moteados de verde pálido. Acostumbraba a vestir con ropa de deporte o de mercadillo, y sólo se acicalaba para las fiestas o la discoteca.
Álex me advirtió sobre los enamoramientos paulatinos: no hacía mucho que le había pasado con una compañera de clase, y vimos cómo se desvivía por una relación imposible en el plano real (ella contaba con un novio que, por lo que supimos, funcionaba a rachas) y maravillosa en su mundo ideal. Había un problema añadido: por aquel entonces, Álex se empeñaba en no probar alcohol, cosa que hacía imposible hacerle olvidar a la chica mediante una terapia de shock etílico. Y lo probamos con ahínco, pero no hubo forma humana.
Poco más adelante, comprobaría que esa terapia no hubiese sido suficiente.
A pesar de que nos conocímos ya en 1.º, Inga y yo habíamos compartido poca cosa más aparte de algunos apuntes, unas cuantas tardes alrededor de una mesa en El Quijote con amigos comunes y unos cuantos partidos de básquet en el mismo equipo durante las clases de educación física.
Y ese último año de instituto compartimos todo el curso, al observar la curiosa costumbre de sentarnos en el mismo pupitre del primer día de clase. Una coincidencia fortuita, dado que a los mejores amigos de ambos los habían asignado a las aulas contiguas.
Fue curioso cómo se giraron las tornas. Álex se ríe todavía: esa enfermedad coronaria que lo afectó cerca de dos años a mí me rebrota tras veinte.
De vuelta al 2008, en el 1916 reviví sensaciones que me devolvieron al 1991: sus ojos levemente caídos, chispeantes a pesar de su apariencia melancólica; su voz seductoramente rasposa; su forma de ladear la cabeza y, desde una posición inferior, dispara la mirada directamente al fondo de mis ojos. Si me hubiese visto Marga, a pesar de habernos separado, se habría puesto inmediatamente celosa.
Como se puso Váleri, con quien había estado tonteando aquel verano del 1990. Aquel fue el primer síntoma, mucho más traumático que con el que estuvo mortificándonos Álex, inocente hasta el hartazgo en cuestiones amorosas, hasta que entramos en la Universidad. Yo, que vivía con cierta despreocupación y alegría (al fin y al cabo, romper no era más que una asignatura obligatoria, y no excesivamente complicada, en la carrera de la vida), estaba a punto de ver cómo mis esquemas se resquebrajaban.
Váleri cuadraba más con el patrón de chica con el que me gustaba salir durante la adolescencia: atractiva, divertida, atrevida, nocturna, sensual... y, como todas las anteriores, extrañamente dependiente y posesiva. Era inquita, pero no compartía mi gusto por la lectura. Sí por la música, y en ese terreno envidiaba a Inga, que había conseguido algún bolo en el grupo de su novio. Ah, sí: como la muchacha que tuvo encandilado a Álex (a la que llamaremos por el momento Marga), Inga tenía novio: un universitario, virtuoso de la guitarra eléctrica y que, según decía, tenía contactos "importantes".
Todos los factores se combinaron y reaccionaron un 23 de abril, día de Sant Jordi. Casi lo recuerdo como si fuese ayer...

jueves, mayo 01, 2008

¡Tú! ¡Yo! ¡Bailando!

Alguien dijo que Los Campesinos! son como Arcade Fire, pero en alegre. Y tiene toda la razón.

Además, su puntito friqui han de tener. Atentos al videoclip de "You! Me! Dancing!": animación, un poco de 1984, unas gotitas de Alien Nation y de space opera, un poco de Godzilla y monstruos mutantes, un final de Misión de gravedad... y mucha ironía.



Este año estarán actuando en el Summercase. Como no son cabeza de cartel, puede que coincida con alguno de los "grandes" (aunque si ese "grande" es The Sex Pistols, yo no lo dudaría... Los Campesinos!). Yo iría a verlos... si pudiera, pues me coincide con otro concierto (y ya es mala suerte que me diese cuenta un día después de comprar el abono del festival. ¿A alguien le interesa? El abono lo vendo a precio nominal, que a mí, eso de la reventa nunca me ha hecho gracia.)