miércoles, junio 27, 2007

Premioz

Creo que ya os he contado que me hice fiel lector de Amos Oz antes de leerme ningún libro suyo: fue a raíz de una charla que impartió en el festival literario Kosmòpolis 2004. Su claridad intelectual y su humanismo me dejaron boquiabiertos. Eso, y la lectura de un fragmento de su obra Una historia de amor y oscuridad que reseñé aquí mismo.

Pues hoy le han concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Y me alegro por él, a pesar de que el concepto del premio en sí sea un pelín poco filantrópico, porque es un autor que se merece ser leído (que es lo mejor que le puede pasar a un escritor).

Y hablando de escribir...

martes, junio 26, 2007

No quise decir que lo dije...

... y si no lo dije, pues lo digo ahora.

¡Que más política en favor de la vivienda y menos choriceo, hostias, o este país se va a la... al garete!

(Que qué vago soy, ¿verdad?, que no me curro un post. Pues es que, como digo muchas veces, estudié física porque la economía no la entiendo. Pero sí sé que la política nos está dejando con el culo al aire a un interés del Euribor más diferencial.)

Si queréis más y mejores análisis, pasaos por La moqueta verde, plis.

Y en la próxima entrada, hablaremos del Gobierno.

domingo, junio 24, 2007

¡En marcha!

Verano. Días largos, largos atardeceres que invita a morosos paseos por las calles, y a dejar a la mente vagabundear por los vericuetos de la imaginación.

Esas horas que nos regala la estación también permite fijar imágenes; en mi caso, perder la vista en Collserola, o pasear por las calas de Calella, o conducir lejos de la ciudad, marca, atrae e inspira. Y la cercanía de las vacaciones permite mantener una agenda en blanco, la promesa de tiempo para otros proyectos.

Un proyecto del que nada puedo decir por el momento, pero que el viernes arrancó con un primer capítulo que, ¡oye!, no me quedó tan mal después de todo.

Por fin, ¡en marcha!

Powered by ScribeFire.

miércoles, junio 20, 2007

¡He venido aquí para hablar de mis libros!

No es que quiera emular a Paco Umbral; si os fijáis en la columna de la derecha, sección Etiquetas, esta entrada en la decimoquinta del apartado Libros... mientras los comentarios sobre política pasan de la veintena (21 entradas escritas al calor de la rabia y de la mala follá)... ¡y 47 dedicadas a la música! (Simple Minds y Arcade Fire coparán unas 15 entradas cada uno, me imagino; no tengo ganas de contarlas ahora).

Esto, para un aspirante a escritor, resulta:

1. Mala señal, pues no le dedico lo suficiente a la práctica de la escritura ni tan siquiera en este cuaderno de bitácora; y se supone que un escritor ha de tener siempre las "manos calientes". Por tanto, empiezo a ser un "escritor frustrado". Y, además, de vez en cuando reseño libros. Ah, el tópico del crítico...

2. No leo tanto como debiera y me gustaría;

3. Y, aun así, ¿hablo más de música que de literatura? Vale: también soy un músico frustrado (tantos años repitiendo 2.º de piano... Nunca fue mi instrumento).

Así que, de todos los libros que han ido apareciendo en la sección "Últimas lecturas", os dejaré unas breves líneas sobre la impresión que me han causado.

Crónicas del Gran Tiempo, Fritz Leiber

Mi primera lectura de Leiber (sí, ya; uno tienes sus ignominiosas lagunas...). Un conjunto de relatos llenos de matices que van desde lo encantador hasta lo aterrador, pero destacable, sobre todo, por rodear al gran personaje, la Guerra del Tiempo, dejando traslucir un detalle aquí y otro allá, revelando apenas lo suficiente para que nuestra imaginación se maraville con un concepto que supera cualquier escala. Eso sí: como gran parte de la ciencia ficción editada en este país en los setenta y ochenta, traducción francamente mejorable...

Jabberwock 1, varios autores

Si el principal problema de una antología de relatos estriba en la calidad dispar de los cuentos contenidos, no os quiero ni decir lo que puede llegar a ser una antología de ensayos. Impresionante la crítica de Disch a los maniqueísmos y al feminismo militante en la CF; con Kessel me divertí más escuchando su crítica de El juego de Ender; muy interesantes los artículos de Pedraza, Merino y Somoza. Y el problema de "criticar las críticas"... pues como en cualquier crítica: la capacidad de análisis y la imparcialidad, dos de las virtudes que más estimo en un análisis de una obra, y que en algún caso queda empañado por un tratamiento de condescendencia con respecto algunos títulos.

Manifiesto comunista, Karl Marx y Friedrich Engels

Hablando de ignominiosas lagunas... Grande en ideas, fundamental en su época: hoy no deja de ser un panfleto desfasado que, evidentemente, no resulta aplicable a las circunstancias actuales. Aun así, me temo que El capital tiene mucha más enjundia. Al fin y al cabo, poco de lo que estudié en filosofía de COU aparece en este libro, cuya fuerza reside en la popularidad y en la capacidad de aglutinar a los movimientos obreros de la segunda mitad del siglo XIX.

La pesta, Albert Camus

Inconmensurable. Un descenso a los infiernos de una comunidad que sirve para reflejar el esfuerzo, la abnegación y el sacrificio de unos seres humanos; una postura, la del autor, de desvincular el amor, la pasión, y la solidaridad de sus secuestradores por excelencia: el dogma y el fanatismo.

Y, además, en el prólogo descubro que yo soy existencialista: sobre su filosofía, el prologuista dice:

Camus partía de una concepción del hombre rigurosamente no-trascendente: Dios negado o eludido, el hombre es el único valor absoluto del hombre
.

Existencialismo: veo que esta actitud me define mucho mejor :)

Matadero cinco, Kurt Vonnegut

O cómo escribir como te da la gana, contando lo que te da la gana y, al acabar, transmitir mientras te cuelga la risa bobalicona de los labios uno de los alegatos más brutales contra la barbarie del hombre contra el hombre, con el bombardeo de Dresde como telón de fondo. Palabras mayores. Y divertido, además. Y con extraterrestres de por medio.

Yo, de mayor, quiero ser como Vonnegut.

Powered by ScribeFire.

lunes, junio 18, 2007

Sobre la crítica

El trabajo crítico oscila entre el análisis despersonalizado [androide] y la empatía comprometida. Una postura equilibrada, que intente eludir ambos extremos, quizás podría ser calificada con una vieja palabra: "simpatía".


Pablo Capanna, Idios Kosmos. Claves para Philip K. Dick

domingo, junio 17, 2007

La banda sonora de una vida #03: "The Kick Inside Of Me", Simple Minds

Os preguntabais cuándo iba a incluir una canción de Simple Minds en esta serie de posts, ¿verdad? Je, yo también. No lo tenía previsto, pero esto va a rachas: al fin y al cabo, es un cuaderno de bitácora y es inevitable que las actualizaciones sean desencadenadas por estímulos externos. El detonante fue la emisión de este anuncio (como no me gusta expandir virales por ahí, cuando pinchéis el link, recordad: la cerveza es más sana que cualquier refresco de cola). Aunque no soy tan mayor como los personajes que aparecen en la publicidad (esas risas, capushos, que os oigo...), sí que es cierto que he caído de nuevo en la trampa de la nostalgia.

Creo que ya lo he comentado alguna vez: la música, por desgracia, es, por sí misma, un ancla a un momento que, enseguida, se convierte en pasado, como bien narran Haruki Murakami en Tokio Blues o George R.R. Martin en El rag del Armagedón.

Mi reacción al ver el anuncio, sentado en el sofá, cenando en la mesa pequeña, al llegar al logo y sonar el estribillo, fue inevitable: alcé los y empecé a ondearlos, en un remedo del gesto que tanto Jim Kerr como el público, al menos en Barcelona y Valencia (no los he visto es más lugares: quién sabe si, algún día, iré a verlos a su casa, Glasgow, o a Dublín, donde vive Charlie Burchill, gracias a las líneas aéreas de bajo coste), para mayor diversión de Nuria, que aún flipa con mi amor a un grupo que se quedó anclado en los ochenta a causa de una paupérrima producción musical a partir del Street Fighting Years (para mí, a pesar de ser el primero de los discos que cosechó un discreto éxito o un sonoro fracaso, según el punto de vista, y de pecar de grandilocuencia, para mí, insisto, es su mejor obra).

Porque, recordémoslo, Simple Minds le disputó a U2 el cetro de grupo revientaestadios en los ochenta, como bien demuestra esta actuación, quizá el punto más álgido de su carrera, en el Live Aid:




En 1981 irrumpieron en listas con "Love Song", una canción de aristas electrónicas bien afiladas, Kraftwerk acelerado con eurodance. A finales de 1982, limaron esas asperezas rabiosas para abrazar a los new romantics y crear perlas en las que Mick MacNeil derrochaba talento en los teclados: "Promised You A Miracle", "Someone, Somewhere In Summertime", "Glittering Prize" y la más pasional "New Gold Dream (81, 82, 83, 84)". Precisamente en 1984, grabaron bajo la batuta de Steve Lillywhite, el productor de la trilogía épica de U2 (Boy, October y War) Sparkle in the Rain, donde los de Glasgow demostraron, a mi parecer, que en cuestión de épica, eran tan ardientes o más que los chicos de Bono, pero con un mayor dominio melódico e instrumental. Las guitarras de Charlie Burchill pasaron a primer plano, pero se notaba la contundencia y versatilidad de Mel Gaynor en las baterías, y Derek Forbes pulsaba el bajo como un demonio (además de hallar un ritmo de esos sencillos, carne de hit, indispensable para que "Waterfront" irrumpiese en el top y fuese indispensable en todos los conciertos a partir de entonces).


Entonces, en abril del 85, los chicos de Jim Kerr entraron por primera vez en las listas estadounidenses a la vez que daban la primera paletada a su tumba al sacar como single la tonada compuesta por Keith Forsey y Steve Schiff "Don't You (Forget About Me)".

Después de semejante éxito de ventas, siguieron la senda del sonido más comercial fichando a Bob Clearmountain y Jimmy Iovine para producir Once Upon A Time. El wall of sound que impregna todo el disco es impresionante, pero acaba enmascarando el talento musical de sus componentes y acallando, en cierta medida, la rabia desbordada del Sparkle in the Rain y la suntuosidad y sensualidad romántica del New Gold Dream. En cuanto a las letras, Jim Kerr entra a saco en el terreno político, pero el mensaje no podría ser más simplón. Ahí le cedieron el testigo a U2, más maduros y poliédricos en An Unforgettable Fire, y ya no le volvieron a disputar la posición.



Pero demos un paso atrás y volvamos a 1984.

Sparkle in the Rain hace gala de un sonido crudo y visceral; las guitarras de Burchill, como comentaba anteriormente, toman preeminencia sobre los teclados, aunque MacNeil aporta un brillo mágico que brota a espuertas entre lacerazo y lacerazo eléctrico. Sin embargo, la épica no es la apocalíptica con un toque de esperanza que cantaban Bono & Co., sino una actitud de rebeldía optimista: la profusión de lights, glistens, brilliants, sparkles, y big wheels that turn around resulta, a todas luces (valga la redundancia), sintomática de la intención del disco.

Os recomiendo que os asoméis aquí a los grandes singles extraídos del álbum:







Con todo, siempre hay un lado oscuro que a Kerr gusta de explorar: los recuerdos que dejan los muertos y el territorio, entre sobrenatural y terrenal, que hay entre el mundo de los vivos y lo que cada uno considere como su más allá. Esperanza, pero también amargura. Y una sensación obtusa, impregnada de hiel, que patea y patea en un rincón cenagoso entre el corazón y la cabeza.


El cierre de Sparkle in the Rain nos muestra dos visiones de este tema: la primera visceral y que cierra con un paroxismo de voces e instrumentos arremolinándose en un paroxismo sónico que culmina de forma abrupta; la segunda, instrumental, de ritmo menos acelerado pero cautiva de atmósfera tensa y opresiva, donde los fantasmas casi se respiran. Es la primera de estas visiones la que os dejo a continuación. Una canción que, durante una época, me acompañó para huir de mis propios fantasmas, para asumir ciertos dolores como inevitables y para seguir, para reconocer la esperanza más allá de la rabia.

Así, pues, os dejo con una de las canciones que más me gustan de Simple Minds y que nunca se comercializó como single:

The Kick Inside Of Me

You put the storm out, that's up in my head
You put the call out
Beside of me, kick up inside of me
And you steal the world and live to survive
And shake out the ghosts and then you turn around
In spite of me, kick up inside of me
One for the first time
Two for the last time
Three for the thrill and
Four for the last time
As far as I can see, you're gonna
Move deep deeper deep inside of me

Kick away my life kick away
You put the fear in me, kick away, kick away
As far as I can see you move deep deep inside of me
Take me away, take me away, up to another day
Open up the way, lead me away in the pouring rain
In the pouring rain

You put the storm out, that's up in my head
You put the call out
Beside of me, kick up inside of me
And we steal the world and live to survive
Shake out the ghosts and turn around
In spite of me, shake up the ghosts inside of me
One for the first time, two for the last time
Three for the thrill, and four for the last time
As far as I can try, you're gonna
Move deep deeper deep inside of me

Take me away, ah ah ah until another day
Take me away, kick away
As far as I can see you put the fear inside of me
Kick away


La patada dentro de mí

Calmas la tormenta que ruge en mi cabeza,
enciendes las alarmas
a mi alrededor, me revuelves por dentro
y robas el mundo y vives para sobrevivir,
y desempolvas los fantasmas y entonces te largas
a mi pesar, me revuelves por dentro.
Uno para la primera vez,
dos para la última,
tres para la amenaza y
cuatro para la última vez,
por lo que puedo ver, vas a
calar hondo, más hondo, hondo dentro de mí.

Patea mi vida, patea
Me inculcas el miedo, patea, patea
por lo que veo entras dentro, muy dentro, dentro de mí.
Sácame, llévame a otro día,
ábreme el paso, condúceme lejos bajo la lluvia torrencial,
bajo la lluvia torrencial.

Calmas la tormenta que ruge en mi cabeza,
haces saltar las alarmas
a mi alrededor, me revuelves por dentro
y robas el mundo y vives para sobrevivir,
y desempolvas los fantasmas y te largas
a mi pesar, me revuelves por dentro.
Uno para la primera vez, dos para la última,
tres para la amenaza y cuatro para la última vez,
por lo que puedo ver, vas a
calar hondo, más hondo, hondo dentro de mí.

Sácame, ah ah ah hasta otro día,
sácame de aquí, aparta de una patada,
Por más que lo intento, metes el miedo dentro de mí
Patea


Powered by ScribeFire.

domingo, junio 10, 2007

Karel Čapek - Life and Work, Ivan Klíma


Quizá, estimado lector, no te veas con ánimo de leer un libro tan implacable como 1984 pero te apetezca adentrarte en una obra donde queden patentes la estupidez y la estulticia humanas; un libro que hable sobre los efectos de la avaricia y la ambición sin límites: el totalitarismo, el nacionalismo, el capitalismo salvaje, la alienación de la ciudadanía, la pleitesía al progreso a cualquier precio, la depredación del hombre sobre la naturaleza y sobre el propio hombre, la guerra como salida inevitable... Y, si además, quieres disfrutar de una lectura divertida, amena en su amplia variedad de registros, desde una ironía que, a pesar de la seriedad del transfondo, no abandona una mirada empática, entonces tu libro es La guerra de las salamandras.

Karel Čapek
Su autor, Karel Čapek, ha sido injustamente relegado a un segundo plano ante la obra de otros contemporáneos suyos, autores en lenguas mucho más difundidas, como Orwell o Huxley en inglés, o Kafka (autor checo en lengua alemana). En una época convulsa como fue la primera mitad del siglo XX, Čapek se distinguió por un tono más optimista, sin por ello dejar de reflejar con marcada lucidez los peligros que acechaban a una humanidad que el progreso superaba por todas partes y que, con armas cada vez más poderosas, caía presa del fanatismo. En ese sentido, está más emparejado con otro compatriota suyo, Jaroslav Hašek.

Čapek demostró desde bien joven ser un espíritu inquieto, gran trabajador, que cultivó en su relativamente corta vida todos los géneros literarios. El fetichista cienciaficcionero lo recordará por ser el padre del término robot (sugerido, por cierto, por su hermano mayor Josef), que apareció en la obra teatral R.U.R.. Pero ese es un detalle menor: en su extensa bibliografía abundan las recopilaciones de prensa, libros de viajes, obras teatrales, ensayos políticos, cuentos.

No puedo ocultar mi admiración por un autor cuya mirada, lúcida, irónica y entrañablemente humana, me cautiva. (Eh, incluso Alejo me permitió prologar La guerra de las salamandras; aunque el prólogo no valga mucho, ¡joder, es que estoy que reviento de orgullo!) Por eso compré, vía Amazon, la biografía que encabeza el post.

Karel Čapek - Life and WorkReconozco que no he leído todavía nada de Ivan Klíma, quien da la sensación de estimar la obra de Čapek y, además, disfrutarlos en su idioma original. Y no quiero juzgarlo sólo por esta biografía ciertamente... sosa. Quizá sea la traducción (no, no me las quiero dar de listo, pero la lectura de esta traducción del checo al inglés se me ha hecho pastosa, particularmente torpe), o quizá la vida de Čapek no fuese tan atractivamente conflictiva como para que su biografía fuese interesante; idea esta que me parece particularmente tonta. El caso es que Klíma desgrana la trayectoria vital Čapek y traza los paralelismos factibles con su bibliografía; la primera está profusamente documentada la primera; la segunda está particularmente preñada de opiniones. En sí no es que sea incorrecto ese acercamiento, y quizá (insisto) sea problema de la traducción, pero cuando los análisis literarios están plagados de frases como I think, In my opinion, el ensayo acaba desmerecido y la impresión es la de estar leyendo una columna de opinión (o una entrada en un blog).

Aun así, no deja de ser una obra interesante para conocer algunas de las claves del autor checo a la hora de abordar su narrativa. Ni de lamentar sus últimos días como una de las voces más lúcidas, denostado por colegas que abrazaron alguno de los radicalismos que, proféticamente, acabaron de rasgar el mundo que conocía tal como preveyó.

sábado, junio 02, 2007

1984, de George Orwell


Implacable.

Quizá sea el adjetivo más preciso para describir en una palabra una de las distopías más famosas de la literatura. Recordemos la tesis de 1984: un estado totalitario, simbolizado por el Gran Hermano (una líder de efigie severa y paternal, cuya vida y obras son asumidas casi como un acto de fe), controla de manera férrea el pensamiento de la población, según su clase (proletario, miembro del Partido Exterior y miembro del Partido Interior), sirviéndose para ello de una ilusión de un pasado triunfal que seguramente no existió, y defendiéndolo de un enemigo perpetuo y traicionero en una guerra sin inicio ni fin.

Tras el conato de rebeldía y de autoafirmación del protagonista, Winston Smith, el lector cae presa de la implacabilidad con la que, una tras otra, toda esperanza de Smith de tener un espacio propio, un lugar para poder pensar per se, de una mínima libertad de elección, de opinión, de pensamiento e incluso de amor es aniquilada en pos de un bienestar global cuanto menos dudoso -aunque no se permite dudarlo, claro está-, y el resultado es un personaje completamente alienado, despojado de su yo más íntimo y profundo en favor del Estado. Una aniquilación sistemática, precisa, y aterradora por tratarse, precisamente, del objetivo del Estado, contra el que el individuo lucharía, si luchase, en vano.

1984 es un título imprescindible (sí, sí: imprescindible; así, sin paliativos), paradigma de unos tiempos convulsos cuya influencia aún se deja notar en nuestro sistema político y nuestra vida cotidiana. George Orwell, como bien apunta Juanma Santiago en su ensayo (serio y riguroso; no como esta entrada, que no deja de ser una lectura personal), planteó el texto como una llamada de atención sobre los totalitarismos; y, aunque estéticamente la Oceanía del libro se presente como un trasunto del estalinismo que gobernaba con puño de acero y gatillo rápido en la URSS, los rasgos fundamentales resultan comunes a todo tipo de totalitarismo: ortodoxia, anulación de libertades, empobrecimiento cultural, ejecuciones sumarias, estado perpetuo de miedo. Orwell, comunista idealista que sufrió en sus carnes el mordisco de las balas fascistas en la guerra civil española, y en el alma la usurpación de un ideal de igualdad social por la revolución bolchevique (que estuvo a punto de costarle la vida en Barcelona, sumida en una guerra civil dentro de la guerra civil), echó el resto en una novela en la que proyectó, de forma desgarradora y, repito, implacable, la evolución lógica del poder cuando deriva del servicio al hombre a ser un fin en sí mismo. Ninguna consideración, ni la vida, ni tan siquiera el amor, suponen un mínimo obstáculo en su objetivo.

Antes hablaba del terror procedente de la indefensión del individuo ante el Estado; pero cuando el libro adquiere su completa amplitud (es decir, cuando realizamos la lectura en clave política), lo que resulta absolutamente terrorífico es cuando reconocemos, en las actitudes, en los recursos y en las acciones de la sociedad totalitaria que narra Orwell actitudes, recursos y acciones identificables en nuestra vida cotidiana, muy alejada de la visión, errónea, de 1984 como si del desarrollo lógico de un modelo de totalitarismo en concreto se tratase. Una visión esta que se daría o desde el aferramiento a unas posiciones ideológicas consideradas infalibles (precisamente uno de los pilares de la sociedad descrita), o desde una lectura superficial, atendiendo únicamente a la consistencia del mundo creado por el autor, error que aqueja con frecuencia al aficionado (lector o escritor) de ciencia ficción, tan deslumbrado por el entorno tecnomágico que infravalora la metáfora. 1984 advierte sobre las "futuras tendencias" de aniquilación del individuo a través de la alienación por los mecanismos que el poder -que en un cierto punto devino tiranía-, independientemente de los objetivos marcados inicialmente y, por tanto, del signo político que sirvió como embrión.

¿Cuáles son esos mecanismos, la base sobre la que se sustenta el poder? La Oceanía de 1984 sustenta su "grandeza" manipulando la historia directamente; la labor del protagonista, Winston Smith, es la de retocar la hemeroteca de forma que el pasado sea siempre como el gobierno quiere que haya sido. El control de la información como una de las bazas más importantes para ejercer el poder vivió, con el Ministerio de Propaganda de Göbbels y las purgas soviéticas, dos episodios esperpénticos en la realidad (más si cabe que la metáfora orwelliana). El autor ya veía el denominado "cuarto poder" como uno de los factores determinantes para cumplir los objetivos de dominación. Y qué duda cabe que, de forma un poco más sutil (sólo un poco, y no, desde luego en nuestro país), esta estrategia se lleva a cabo hoy en día.

Para que la manipulación sea efectiva, además de la propaganda se ha de suprimir, en la medida de lo posible, el razonamiento crítico. Oceanía (y los otros estados, según se deduce) lo consigue en dos frentes: ofreciendo a los proles una diversión acrítica, orientada a los instintos más bajos, que les haga olvidar las penurias (y cita, textualmente, el fútbol como una de ellas), y combate las disensiones que puedan surgir en los miembros del Partido Exterior a través de diversos medios de control y coacción: no tan sólo la vigilancia a través de las telepantallas (hoy en día, una gran metáfora sobre la televisión y la videovigilancia), sino a través de mecanismos de "aceptación social" (las buenas costumbres de antaño, vamos), diversas actividades de "obligada voluntariedad" (me vienen a la cabeza los grupos de escoltas vinculados al Opus, la asistencia a la iglesia de los domingos y similares en nuestro país; también las juventudes hitlerianas, la ortodoxia del Polit Buró...), la divulgación de rumores sobre terribles castigos por actitudes heterodoxas, etcétera.

Qué duda cabe que, para mantener el poder, lo ideal es crear (manipulación informativa) y mantener (eliminar la disensión) una ilusión de efectividad allí donde es necesario; y los puntos "oscuros" de esa ilusión, rellenarlos con cortinas de humo o, incluso, pervirtiendo el razonamiento. Ahí es donde aparece el concepto del doblepensar, tan sumamente irónico y tan a la orden del día; el típico "Donde dije digo, digo Diego" cuyos ejemplos creo que ni siquiera es necesario recordaros. (Bueno, sí, qué puñetas: la ilusión de las armas de destrucción masiva iraquianas, una excusa que se ha cobrado ya cerca de medio millón de vidas. Y aquí hay quien ni se inmuta ni se despeina por ello -excepto cuando conduce saltándose el límite de velocidad y en estado de embriaguez-. Este sea, quizá, el ejemplo más esperpéntico, pero el doblepensar no es ni mucho menos exclusivo de la derecha, aunque sí donde se lleva, y se vanagloria de ello, con mayor descaro en este país.)

Otra de las herramientas utilizadas por el poder, y que complementa al "pan y circo" de manera mucho más visceral, es el uso de la amenaza externa (recordemos de nuevo las armas de destrucción masiva, pero también el terrorismo, la inmigración, el adversario político demonizado) para unir, olvidando las carencias del día a día, a los ciudadanos en su adhesión al poder y en contra de un enemigo. Un recurso que, en la novela, llega a ponerse a la altura de los espectáculos permitidos para solaz de las masas. En la sublimación del instinto gregario del hombre, que busca en el grupo la supervivencia, no cabe duda de que es una de las tácticas de las que más se abusa hoy en día. Actualmente disponemos de muchos Dos Minutos de Odio, donde dejamos que la ira fluya contra quien consideramos la reencarnación del mal, ya sea adversario político, país vecino o, más venenoso si cabe, raza o religión foránea.

Insisto que, actualmente, y salvo excepciones (mucho más preocupantes que el momento y lugar donde nos toca vivir, por otro lado), el estado totalitario del Gran Hermano no es una proyección verosímil de futuro... pero sí que muchos de sus elementos están presentes hoy en el control del ciudadano. Un control que va desde la anulación de la conciencia crítica con espectáculos cada vez más denigrantes (y resulta irónico que el paradigma de la televisión espectáculo bochornoso de este país se titule, precisamente, Gran Hermano; Orwell debe de estar retorciéndose en su tumba por ello) o estupidizantes, hasta el cada vez más desvergonzado circo político en que se han sustituido los programas de gobierno (que deberían defender la mejora de la sociedad, siempre desde la defensa de un ideario ideológico que busca como objetivo la igualdad social) por la burda amenaza apocalíptica del contrincante demonizado.

Así, pues, en semejante tesitura, en la que el ciudadano se muestra cada vez más desengañado (de ahí la alta abstención en las últimas cuestiones) de una clase política que ha soltado amarras de la realidad que aquel vive, y orienta sus esfuerzos a convencer, mediante el insulto y el discurso apocalíptico, de las bonanzas del voto a su formación en contraposición a las demás para conseguir o mantenerse en el poder, es donde 1984 deviene una lectura casi diría necesaria: para poder desbrozar el grano de la paja, para desenmascarar actitudes engañosas y manipuladoras, para no dejarse llevar por las corrientes del pensamiento pastoreado con la vara periodística y para concienciarnos de que, aun hoy en día, queda mucho camino por recorrer para conseguir una democracia plena y absolutamente sincera.

1984 puede pecar de un exceso de didactismo: en mi opinión, es el esfuerzo más genuino de un intelectual tremendamente comprometido con un mundo que se fue cuesta abajo tras dos guerras mundiales y con el horror del Holocausto y que, después de la conferencia de Yalta, estableció un modelo bipolar de mundo que acabó propinando el tiro de gracia a las utopias de justicia e igualdad. La sensación de amarga y definitiva derrota impregna la obra de principio a fin, y nos deja entrever a un hombre asimismo derrotado, que no ve esperanza en la sociedad tal como la conoce sino que prevé, como mucho, que la máxima aspiración que le queda es sobrevivir, malvivir, oprimido bajo la estructura que la misma sociedad había creado para, en teoría, proteger a sus ciudadanos y que, en realidad, ha pervertido sus valores fundamentales.

Implacable, sí; y desasosegante. E imprescindible.

viernes, junio 01, 2007

Feliz cumpleaños

40.º aniversario de la aparición del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band*, de The Beatles.

(Felicidades, y gracias, John, Paul, George y Ringo. Por muchos años más de la mejor música.)

*Próximamente, en su tienda iTunes más cercana.