domingo, agosto 31, 2008

miércoles, agosto 06, 2008

Centrifugando (o sea, a vueltas con el agua)

Como bien apunta Manu, Aigües de Barcelona subirá el precio del agua, a causa de la falta de liquidez (jaja) causada por el aumento del ahorro del consumo por parte de los ciudadanos, solicitada (casi exigida, que ya me parece bien, con una penalización por el derroche de agua) a causa de la sequía que amenazó el suministro de agua en el Àrea Metropolitana (y con unos efectos colaterales yo diría que peores: el descenso del caudal de la cuenca del Ter, la batalla demagógica para impulsar la mierda del Plan Hidrológico Nacional, como siempre tirando de tópicos y de nacionalismos de todo pelaje...).

Hablando de demagogia, voy a hacer uso de un poquito de ella, ya que: 1) no soy periodista; 2) con el calor no tengo ganas de investigar; 3) a pesar de las vacaciones, tampoco dispongo de tanto tiempo que perder; 4) el calor me produce una mala leche acojonante. Allá donde haya un dato erróneo, impreciso o incompleto, dejo a la buena voluntad del lector su corrección. Así como que me demostréis que estoy meando fuera de tiesto. Como digo, es, simplemente, una rabieta veraniega de consumidor apaleado además de corneado.

Este razonamiento se podría aplicar también a otros servicios, aunque el caso del agua es más sangrante: podemos pasar, si nos proponemos, de luz y de telefonía, pero a menos que tengamos un terreno y un acuífero del que echar mano, no darse de alta del suministro de agua puede tener unos efectos perjudiciales:

1) a nivel social: al quinto día sin ducha, creo que hasta los amigos del alma huirían de tu presencia;
2) a nivel de salud: vale que se puede comprar agua mineral en el súper, pero supongamos que usas el agua del grifo por lo menos para el puchero y para lavar los platos.

Estaremos de acuerdo en que el agua es un bien primordial. Un derecho que no se le puede negar a ningún ciudadano.

Durante un tiempo, las empresas encargadas del suministro (y aquí es donde no estoy seguro) dependían del Estado, ya fuese porque eran empresas públicas, o bien porque, dada su naturaleza, su actividad estaba regulada.

Llegó una época en que las empresas y los servicios públicos se privatizaron (como pasó con Telefónica, Iberia, Endesa, etc.).

Como empresas privadas, su actividad se encamina a conseguir beneficios. Es lo que tiene el capitalismo. No voy a dar juicios de valor sobre el asunto.

Pero sucede que, por lo que yo sé, y corregidme si me equivoco, en el Àrea Metropolitana no tienes más opciones para acceder al bien primordial llamado suministro de agua que a Aigües de Barcelona, propiedad del Grupo Agbar.

Grupo que cuenta con más de un centenar de empresas. Aparte de inversiones, prestación de otros servicios y demás.

Por tanto, como ciudadano del Àrea Metropolitana que quiere beber, comer y ducharse y no tiene para abrirse un pozo, me veo obligado a pagar las inversiones de un holding empresarial en vaya usted a saber qué negocios. ¿Y cómo me lo pagan? Subiéndome las tarifas del agua cuando los beneficios para seguir con sus negocios, más allá del suministro del bien básico que debería tener garantizado, descienden porque, por una vez, nos preocupamos por asegurarnos el suministro y por cuidar un poquito, un poquito, el medio ambiente.

Si quieres agua, finánciame mis beneficios y mis inversiones.

¿Se puede saber qué mierda de razonamiento es este?

El verano del Daydream, y de Ben Harper, y de Bruce Springsteen

Cada vez estoy más convencido de que, de pequeño, no debería haber sido tan vago, debería haber cambiado el piano por la guitarra o el bajo, y debería haberme lanzado a la carretera.

Pocos veranos (en el sentido más amplio: temporada de verano, desde mediados de junio, antes del solsticio) había disfrutado con tanta y tan buena música). A excepción de algunos bodrios que nos colaron en el festival ad hoc que les montaron a nuestros adorados chicos de Oxford, Radiohead.

Creo que en algún sitio lo comenté: uno de mis escritores más admirados es Jarvis Cocker. Y las obras que ha escrito, cada una de ellas se comprime en canciones de cuatro minutos de media. Aun así, si una canción no tiene el arrope adecuado en su rabia, o amor, o pasión, o lujuria, de melodía y arreglos (y talento, mucho talento), pues acabas arrojando perlas al abrevadero.

La contrapartida es que ¡se lo deben pasar tan bien sobre el escenario! A veces parece que incluso mejor que el público. El ejemplo sería ver a Ben Harper completamente superado por los vítores y aplausos tras "In the Colors", cinco minutos en los que se quedó estupefacto, cinco minutos de claca, en los que sólo pudo articular un par de thank you y golpearse el corazón. O a Bruce Springsteen jaleando al público, pidiéndole más y más, y señalar un reloj imaginario el 20 de julio cuando ya rebasaba las tres horas de concierto y aún no había encarado el último bis. Y vaya bis.

No cabe duda que, en cuanto a inmediatez de la comunicación, y la retroalimentación entre el artista y el público, la música está en cabeza; aparte de ser altamente gratificante. Incluso llorar como una magdalena en "Brilliant Disguise" tiene algo de gratificación íntima que pocas cosas en este mundo han conseguido darme. Tanto como para... ¿os habéis dado cuenta? Sí, dos de los enlaces anteriores corresponden a los set lists de los dos conciertos de Bruce Springsteen en Barcelona. Sí, el 19 de julio fue mi primer concierto del Boss. Y el 20 de julio..., el segundo. Conseguir las entradas del concierto del 19 fue todo un espectáculo, como comenté por aquí. Pero en la entrada vi un montón de gente deshaciéndose de sus entradas al precio de salida. Mucho reventa que se tuvo que comer los mocos gracias a la estrategia de la promotora de reservar unos miles de entradas para poner a la venta semanas antes del evento. Pero también gente de a pie que tenía un familiar o amigo que no podía asistir. Así que el domingo, tirados en el sofá, Nuria me dijo: "¡Cómo me gustaría ver otra vez un concierto del Boss!". A lo que dije: "Pues vamos a probarlo".

Y qué fácil que resultó.

Aun con la espectacularidad y la entrega del de Nueva Jersey, de los tres (en realidad, cuatro) conciertos me quedaría con el de Ben Harper: mucho más cercano que los Radiohead (que qué fríos que son los joíos, pero qué buenos que son) y menos estruendoso que los terawatts de potencia del equipo de sonido en el Camp Nou. Rock con mucho soul, ramalazos de blues y reagge, convicción, pasión y delicadeza. Ben Harper and the Innocent Criminals es, de los tres grupos, con mucho el más versátil.

Pero qué verano :)