En septiembre hará ya once años que aprobé el último examen (Mecánica Clásica de cuarto, cómo no, como casi todos los alumnos de aquellas promociones que teníamos como profesor a Joan Solà) y me titulé en Físicas.
Once años. ¡Guau! Cómo pasa el tiempo...
Como todos los recuerdos, estos están destilados por las sensaciones, idealizadas por la juventud: los sueños que urdía y que aún no habían empezado a caer, por el círculo de amigos que parecía que iba a durar eternamente, por los amoríos (dos sólo, ¿ein? Uno que acabó en calabazas y otro que aún dura y perdura y que mantenemos encendido desde hace doce años) y, sobre todo, volviendo a este caso en concreto, por los conocimientos que, momentáneamente, adquirí en los seis años que pasé en la UAB.
Momentáneamente porque, si hace once años podía calcular el movimiento orbital, comprender la deformación espaciotemporal en las inmediaciones de una estrella masiva o describir los orbitales mediante funciones de probabilidad, hoy no os sabría calcular ni una triste y sencilla trayectoria parabólica.
Pero hace once años me sentía como si, mirando a mi alrededor, pudiese declamar: "Universo, conozco tus secretos".
De chiquitín ya quise cursar físicas. Bueno, mi primera vocación fue veterinaria, pero a los siete u ocho años tuve un arrebato de sensatez, y con mis pocos redaños para matar una mosca y mi pulso más bien azaroso, me decanté por algo menos peligroso para los animales (quizá no me habría importado tanto si hubiese decidido ser cirujano). Mi ilusión era conocer aquellos secretos guardados en el interior de las estrellas, en la vastedad del océano de la noche. ¿Por qué? Bueno, para aquellos que no lo sepáis, ese amor por el Universo nació cuando, con cinco años, mi hermano me llevó al cine a ver:
Star Wars
(Sí, sí: Star Wars. La culpa de todo esto la tiene, en el fondo, George Lucas. Si cuando digo que soy friqui, lo digo con conocimiento de causa.)
Pero, si la vocación hubiese quedado restringida a ese impacto infantil, en bachillerato ya me habría dado de bruces con la realidad. Pero hubo otros estímulos, tanto externos (las revistas Algo 2000 y Muy Interesante -por aquel entonces, algo más científica y mucho menos sensacionalista-, la magnífica serie Cosmos, de Carl Sagan) como internos: el conocimiento de cómo funcionan las cosas en su sustancia más íntima. Pocas cosas me parecían, y me parecen, más maravillosas que la conexión entre las fuerzas nucleares y la combustión de las estrellas que nos permiten existir y preguntarnos y, poco a poco, ir desvelando la naturaleza de esas fuerzas.
Once años. Después, unos cinco meses de paro, dos meses de cursillo en Madrid, "becado" (o sea, 70.000 pesetas en negro pagados por la empresa) por ProfIT para recibir formación en Cobol, que después no me sirvió para el año largo que estuve desarrollando aplicaciones a medida en entorno Oracle (y en un entorno empresarial que, para esta cándida alma comunista, como que se la traía al pairo); tras eso, seis meses en Cruz-Verde bajo la dirección cuanto menos caprichosa de un inepto que simplemente quería comprobar cómo se desenvolvía un físico sin tutela en un laboratorio de ambientadores; dos años y medio ejerciendo de help-desk en Whirlpool (una experiencia maravillosa en cuanto a adquisición de conocimientos y, sobre todo, en aprender a tratar con un equipo humano; y que abandoné tan sólo porque el trepa que apartó de enmedio a dos superiores me tomó como una amenaza en el trabajo y ejerció lo que hoy se conoce como mobbing, y que entonces era, en mi caso, o me largo o le parto las piernas), y, finalmente, en Esta Santa Casa... lugar donde he sacado el máximo rendimiento de mis conocimientos al "corregir" a algún autor no demasiado versado en esto de la astronomía.
Y no me arrepiento en absoluto. Trabajo en mi afición, y eso es impagable (bueno, Alejo, eso no quiere decir que no agradezca aumentos...). Lo único que lamento es haberme olvidado de tantos secretos de la naturaleza.
Pero todo tiene arreglo.
Cuando estaba en el instituto, mis amigos me tachaban de loco por querer cursar una carrera de una materia tan difícil. Y, cierto es, cuando estás en el colegio y en el instituto y, un lunes por la mañana, por poner un ejemplo, entra un profesor o profesora, se planta ante la pizarra y empieza a desarrollar las ecuaciones del movimiento... como que desanima. A mí me desanimaba. Sólo más tarde te das cuenta (porque nadie te lo explica) que la cinemática y la dinámica son básicas para algo tan imprescindible en la ciencia como calibrar los detectores.
Porque si no detectas ningún movimiento, no eres capaz de interaccionar con la Naturaleza. Y la física trata de eso: describir la Naturaleza hasta su más íntimo detalle.
El problema es: ¿Cuándo se da cuenta el alumno? ¿En segundo, tercero de carrera? ¿Y qué hay de los alumnos que afrontan su primer curso de física en el colegio? Yo tenía claro qué carrera quería cursar, y consideraba la cinemática, la óptica y otros campos de la física como los obstáculos a vadear para que me enseñaran los secretos de la relatividad y de la cuántica, pero a los chavales de doce años, o a cualquiera que quiera acercarse a tan apasionante área del conocimiento, o se le muestra desde el principio los objetivos o, desde luego, no tendrán la paciencia de aprender hasta alcanzar el punto de comprensión necesario para que todo haga click en la mente y adquiera todo el sentido.
Transmitir la fascinación de la ciencia, y la pasión por ella (lo que implica, además, una perspectiva mucho más amplia, que va más allá de las frías ecuaciones) es lo que caracteriza a los buenos profesores.
Uno de ellos, uno de los más míticos, fue Richard P. Feynman. Un científico heterodoxo que no se preocupaba sólo por arrojar luz a lo desconocido, sino por hacer más inteligible y más fascinante para cualquiera que se acercase a escucharlo las materias más arduas.
Así que, para todo aquel que siempre se ha sentido cohibido bajo la aparente complejidad de la física, o tiene curiosidad por entender la "filosofía de la naturaleza" sin necesidad de comprender multitud de fórmulas, Seis piezas fáciles puede ser un buen inicio. Extracto de un libro más "completo", Lecciones de física, este título que hace poco ha aparecido en edición de bolsillo es un extracto de las clases magistrales que el premio Nobel impartió durante dos cursos en la asignatura de Introducción a la Física. Un enfoque que se aparta, como comentaba, de la línea ortodoxa (la de las fórmulas) y se dedica a explicar los fenómenos de la naturaleza que yacen tras la teoría. Desde por qué la evaporación enfría un líquido hasta los rudimentos de las cuatro fuerzas (que conocemos; nunca se sabe del todo) fundamentales: ojalá mis profesores de instituto, y más de tres o cuatro de la facultad, hubiesen sabido transmitir esa fascinación y no se hubiesen dedicado a vomitar fórmulas sin más; quizá no se me habrían olvidado tantas cosas.
Si deseáis comprender los "secretos de la física", no lo dudéis: haceos con este libro. Aunque no nos engañemos, la física no es tan sencilla, como, eh, no sé (a ver qué digo para no molestar con la comparación)... como ser jefe de realización en televisión, pero os aseguro que el esfuerzo acaba siendo gratificante. Y mucho más sencillo que aquellas lecciones de cinemática del bachillerato.
Once años. ¡Guau! Cómo pasa el tiempo...
Como todos los recuerdos, estos están destilados por las sensaciones, idealizadas por la juventud: los sueños que urdía y que aún no habían empezado a caer, por el círculo de amigos que parecía que iba a durar eternamente, por los amoríos (dos sólo, ¿ein? Uno que acabó en calabazas y otro que aún dura y perdura y que mantenemos encendido desde hace doce años) y, sobre todo, volviendo a este caso en concreto, por los conocimientos que, momentáneamente, adquirí en los seis años que pasé en la UAB.
Momentáneamente porque, si hace once años podía calcular el movimiento orbital, comprender la deformación espaciotemporal en las inmediaciones de una estrella masiva o describir los orbitales mediante funciones de probabilidad, hoy no os sabría calcular ni una triste y sencilla trayectoria parabólica.
Pero hace once años me sentía como si, mirando a mi alrededor, pudiese declamar: "Universo, conozco tus secretos".
De chiquitín ya quise cursar físicas. Bueno, mi primera vocación fue veterinaria, pero a los siete u ocho años tuve un arrebato de sensatez, y con mis pocos redaños para matar una mosca y mi pulso más bien azaroso, me decanté por algo menos peligroso para los animales (quizá no me habría importado tanto si hubiese decidido ser cirujano). Mi ilusión era conocer aquellos secretos guardados en el interior de las estrellas, en la vastedad del océano de la noche. ¿Por qué? Bueno, para aquellos que no lo sepáis, ese amor por el Universo nació cuando, con cinco años, mi hermano me llevó al cine a ver:
Star Wars
(Sí, sí: Star Wars. La culpa de todo esto la tiene, en el fondo, George Lucas. Si cuando digo que soy friqui, lo digo con conocimiento de causa.)
Pero, si la vocación hubiese quedado restringida a ese impacto infantil, en bachillerato ya me habría dado de bruces con la realidad. Pero hubo otros estímulos, tanto externos (las revistas Algo 2000 y Muy Interesante -por aquel entonces, algo más científica y mucho menos sensacionalista-, la magnífica serie Cosmos, de Carl Sagan) como internos: el conocimiento de cómo funcionan las cosas en su sustancia más íntima. Pocas cosas me parecían, y me parecen, más maravillosas que la conexión entre las fuerzas nucleares y la combustión de las estrellas que nos permiten existir y preguntarnos y, poco a poco, ir desvelando la naturaleza de esas fuerzas.
Once años. Después, unos cinco meses de paro, dos meses de cursillo en Madrid, "becado" (o sea, 70.000 pesetas en negro pagados por la empresa) por ProfIT para recibir formación en Cobol, que después no me sirvió para el año largo que estuve desarrollando aplicaciones a medida en entorno Oracle (y en un entorno empresarial que, para esta cándida alma comunista, como que se la traía al pairo); tras eso, seis meses en Cruz-Verde bajo la dirección cuanto menos caprichosa de un inepto que simplemente quería comprobar cómo se desenvolvía un físico sin tutela en un laboratorio de ambientadores; dos años y medio ejerciendo de help-desk en Whirlpool (una experiencia maravillosa en cuanto a adquisición de conocimientos y, sobre todo, en aprender a tratar con un equipo humano; y que abandoné tan sólo porque el trepa que apartó de enmedio a dos superiores me tomó como una amenaza en el trabajo y ejerció lo que hoy se conoce como mobbing, y que entonces era, en mi caso, o me largo o le parto las piernas), y, finalmente, en Esta Santa Casa... lugar donde he sacado el máximo rendimiento de mis conocimientos al "corregir" a algún autor no demasiado versado en esto de la astronomía.
Y no me arrepiento en absoluto. Trabajo en mi afición, y eso es impagable (bueno, Alejo, eso no quiere decir que no agradezca aumentos...). Lo único que lamento es haberme olvidado de tantos secretos de la naturaleza.
Pero todo tiene arreglo.
Cuando estaba en el instituto, mis amigos me tachaban de loco por querer cursar una carrera de una materia tan difícil. Y, cierto es, cuando estás en el colegio y en el instituto y, un lunes por la mañana, por poner un ejemplo, entra un profesor o profesora, se planta ante la pizarra y empieza a desarrollar las ecuaciones del movimiento... como que desanima. A mí me desanimaba. Sólo más tarde te das cuenta (porque nadie te lo explica) que la cinemática y la dinámica son básicas para algo tan imprescindible en la ciencia como calibrar los detectores.
Porque si no detectas ningún movimiento, no eres capaz de interaccionar con la Naturaleza. Y la física trata de eso: describir la Naturaleza hasta su más íntimo detalle.
El problema es: ¿Cuándo se da cuenta el alumno? ¿En segundo, tercero de carrera? ¿Y qué hay de los alumnos que afrontan su primer curso de física en el colegio? Yo tenía claro qué carrera quería cursar, y consideraba la cinemática, la óptica y otros campos de la física como los obstáculos a vadear para que me enseñaran los secretos de la relatividad y de la cuántica, pero a los chavales de doce años, o a cualquiera que quiera acercarse a tan apasionante área del conocimiento, o se le muestra desde el principio los objetivos o, desde luego, no tendrán la paciencia de aprender hasta alcanzar el punto de comprensión necesario para que todo haga click en la mente y adquiera todo el sentido.
Transmitir la fascinación de la ciencia, y la pasión por ella (lo que implica, además, una perspectiva mucho más amplia, que va más allá de las frías ecuaciones) es lo que caracteriza a los buenos profesores.
Uno de ellos, uno de los más míticos, fue Richard P. Feynman. Un científico heterodoxo que no se preocupaba sólo por arrojar luz a lo desconocido, sino por hacer más inteligible y más fascinante para cualquiera que se acercase a escucharlo las materias más arduas.
Así que, para todo aquel que siempre se ha sentido cohibido bajo la aparente complejidad de la física, o tiene curiosidad por entender la "filosofía de la naturaleza" sin necesidad de comprender multitud de fórmulas, Seis piezas fáciles puede ser un buen inicio. Extracto de un libro más "completo", Lecciones de física, este título que hace poco ha aparecido en edición de bolsillo es un extracto de las clases magistrales que el premio Nobel impartió durante dos cursos en la asignatura de Introducción a la Física. Un enfoque que se aparta, como comentaba, de la línea ortodoxa (la de las fórmulas) y se dedica a explicar los fenómenos de la naturaleza que yacen tras la teoría. Desde por qué la evaporación enfría un líquido hasta los rudimentos de las cuatro fuerzas (que conocemos; nunca se sabe del todo) fundamentales: ojalá mis profesores de instituto, y más de tres o cuatro de la facultad, hubiesen sabido transmitir esa fascinación y no se hubiesen dedicado a vomitar fórmulas sin más; quizá no se me habrían olvidado tantas cosas.
Si deseáis comprender los "secretos de la física", no lo dudéis: haceos con este libro. Aunque no nos engañemos, la física no es tan sencilla, como, eh, no sé (a ver qué digo para no molestar con la comparación)... como ser jefe de realización en televisión, pero os aseguro que el esfuerzo acaba siendo gratificante. Y mucho más sencillo que aquellas lecciones de cinemática del bachillerato.
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4 comentarios:
Ey, yo me licencié hace 9 años y un mes cuando aprobé mi última asignatura de quinto, Física de altas energías. Ha pasado el tiempo y mi nivel estará a la par del tuyo... y de los alumnos de 4º de E.S.O. que es el último curso al que he dado clase de Física.
Me di cuenta que quería estudiar físicas cuando mandé al cuerno la carrera utilitarista que tenía pensado estudiar, económicas, y me tiré a por lo que me gustaba, la física, a la que llegué (como no podía ser de otra forma) por la ciencia ficción. Fue el año de COU.
La verdad es que ahora mismo mi elección importa bien poco: nada de lo que vi durante la carrera me sirve de forma consciente en mi día a día. Pero en los seis años que empleé fui relativamente feliz yendo a clase. Y después ha contribuido a mi bienestar mental. Eso es lo que cuenta.
Eso sí, ahora son muy poquitos los alumnos que tienen claro que quieren estudiar cuando llega el momento de la elección, y me da que la proporción lotienenclaro - Notienenniputaidea se inclina cada vez más hacia el segundo miembro.
Por cierto, el libro de Feymann es la caña. Hiperrecomendado.
Hola. Curiosamente he reseñado yo el libro de Feynman hace un par de días.
Son menos años los que hace que terminé y ya me pasa eso. Aún tengo frescas algunas cuestiones que guardan cierta relación con la temática de mi tesis. Pero el tiempo que he dedicado a sacar un postgrado y hacer una tesis ha sido el mayor desperdicio de tiempo de toda mi vida y aún no he terminado la tesis. Por supuesto queda esa parte mental que comentas que yo también considero lo mejor, ese saber los secretos de la naturaleza. Pero a mí eso ya no me basta, al menos hasta que no ecuentre un nicho laboral que me satisfaga.
Porque al final lo que importan de verdad son ciertas cosas. Estoy de acuerdo en que hay que dejar claro cuando se comienza a estudiar física en la secundario qué hay al final de todo eso. Pero también se debería de decir claramente cuál será el futuro profesional de la mayoría. Todavía hay gente que piensa que la física sólo sirve para dedicarse a abstracciones y sesudas investigaciones básicas sin aplicaciones.
En parte el olvidarse de cosas es parte del proceso natural de evolución y envejicimiento de la mente. Lo que no lo es es que te olvides porque esos conocimientos no sirvan para nada. Al menos siempre queda la opción de suscrbirse a las revistas generalistas para físicos y estar al tanto de los últimos descubrimientos sobre las leyes de la naturaleza.
Yo sí tengo clara una casa. El estudiar lo que hemos estudiado nos da una perspectiva muy diferente sobre el funcionamiento de las cosas y una visión más profunda del mundo.
Magnífico post.
yo necesitaba hacer un trabajo practico sobre: la importancia de estudiar física.
pero ni vos ni ningun otro foro me lo pudo contestar, yo creo k para la vida cotidiana no tiene importancia como la matematica ó hacer correctamente una oracion. asi que creo que lei todo al pedo por que esto sólo le interesaria a alguien que quiere estudiar la carrera de fisica osea que quiere ser fisico,pero para una alumna que estudia el secundario y a un estupido profesor se le ocurre preguntar eso ¬¬.
en finn,, suerte,, besos, chau Agos
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