miércoles, junio 28, 2006

(No tan sólo) los motivos de una ideología

¿Es necesario sincerarse completamente en un cuaderno de bitácora? Querido diario... No, no es eso; o no debería serlo. Si estás leyendo estas palabras, tú y yo sabemos que estás a un paso de entrar en un espacio íntimo, siempre que te franquee el paso. Y un diario es, más bien (o me imagino que debería ser; el único diario que inicié apenas duró una semana, lo que tardé en reponerme, durante el viaje del paso del Ecuador de la carrera, de un desengaño amoroso del que ahora sólo quedan buenos recuerdos. Para tirar a la basura, vamos), un volcado de cerebro para uno mismo. Y exponerlo al público podría llegar a ser indecente. O pornográfico, directamente :)

Vale, entonces establecemos un contrato: te dejo leer hasta donde yo estime oportuno. O lo que me pidas. ¿Con qué límite? ¿Valen los límites? ¿Quién los impone, y quién está de acuerdo con ellos?

Una de las normas de convivencia entre los radioaficionados, que no parece que se cumpla mucho en la Red, es la de no hablar de política. Pero ¿cómo puede nadie desligarse de la política? El mero hecho de vivir, de tomar una actitud en una sociedad, ya es política.

Sinceramente, hablar de política me parece un ejercicio la mar de sano. Un ejercicio que deberíamos practicar más, y practicarlo con esas cualidades que se suponen en cualquier conversación sobre cualquier otro tema y que parecen olvidarse en cuanto salen a relucir unas siglas, una ideología o unos colores: mesura, buena educación y respeto al otro.

Voy a hablar de política, pues. Si tengo que definirme de alguna manera, sería como comunista. ¿Trotskista, stalinista...? Nada de eso. Tal como me enseñaron en filosofía de COU, El capital y El manifiesto comunista señalaba cómo en las relaciones económicas de finales del XIX y principios del XX, la clase empresarial explotaba a la clase obrera, pagando su esfuerzo, invertido en la producción de bienes, por debajo de su auténtico valor: la plusvalía.

Karl Marx, como casi todo filósofo, es bastante poco pragmático. Pocas veces sueño con las barricadas... menos cuando me provocan, claro :) ¿Por qué desearía un gobierno de izquierdas, pero uno de verdad? Porque no creo que, tal como defiende (y respeto, pero no comparto) la derecha, sean las fuerzas económicas las que impulsan el progreso social: si acaso, el progreso económico, pero siempre a costa de la clase obrera; y creo que ha quedado más que demostrado que, cuando el Estado no vela por los servicios sociales, el sector privado no se va a ocupar del bienestar.

Si mantuviésemos una discusión sobre esta diferencia fundamental entre las dos principales tendencias políticas, podríamos estar horas y horas sopesando las tendencias económicas y sociales. Pero ¿es esto lo que ocurre hoy en día? No: cada uno se ha apropiado de causas, usándolas como banderas exclusivas. La unidad de la patria es exclusivo de la derecha, al igual que la idea de familia tradicional, las buenas relaciones con la iglesia, con el café para todos; el federalismo es exclusivo de la izquierda, así como la diversidad cultural, el buenrrollismo... Y con esas ideas peregrinas hace ya años, tantos años, que escurren el bulto de los temas que más nos afectan: los económicos y los sociales. Mucho Estatut, mucha familia y poco debate sobre el precio de la vivienda, las pensiones y el salario mínimo.

Y eso me molesta sobremanera: cada día tengo una impresión más clara de que se gobierna sin pensar en el pueblo; entestados los partidos en una clara guerra de desgaste, enarbolando las banderas antes mencionadas, atontan a los ciudadanos hasta que estos sólo son capaces de ver las banderas, seguirlas... y enzarzarse en un campo de batalla construido con falacias y mentiras.

Pero temo que esto ha ocurrido desde tiempos inmemoriales.

¿Os he dicho que estoy leyendo Una historia de amor y oscuridad, de Amós Oz? Otro día hablaré largo y tendido de esta magnífica novela autobiográfica. Ahora quiero detenerme en un extracto cargado de sabiduría popular. Esto es lo que Sonia, tía de Amós Oz, le contaba respecto a su abuelo materno:

Tu abuelo era comunista de corazón, pero no bolchevique rojo. Stalin le parecía otro Iván el Terrible. Era, como decirlo, una especie de comunista-pacifista, un narodnik, un comunista-tolstoiano contrario al derramammiento de sangre. Le daba miedo el mal que se oculta en el alma de personas de toda condición: siempre nos decía que llegaría un día en el que habría un gobierno popular compartido por las gentes honestas del mundo. Y que lo primero que había que hacer era eliminar poco a poco los países, los ejércitos y las policías secretas, y sólo después, poco a poco, se podría ir pensando en la igualdad entre ricos y pobres: pedirles impuestos a unos y dárselos a otros, pero no de repente, para que no hubiera derramamiento de sangre, sino poco a poco. (...).
Lo malo de Trotski, Lenin, Stalin y sus camaradas, eso pensaba tu abuelo, era que intentaron enseguida regular de nuevo la vida según lo que decían los libros, los libros de Marx, de Engels y de otros grandes pensadores como ellos que tal vez conocían muy bien la literatura pero que no tenían ni idea de la vida, ni de la maldad, la envidia, el egoísmo, la perversidad y la alegría por el mal ajeno. (...).


En definitiva: menos dogmatismo y más pragmatismo. Eso es la política. O eso debería ser.

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